Cuando el teatro acompaña con la risa y propone la esperanza…
Susana Llahí
Lo máximo de lo mínimo es un proyecto del Centro de Investigación y Producción del Teatro de Títeres a cargo de Omar Álvarez, organizado desde la Comedia de la Provincia de Buenos Aires. La iniciativa surgió del Centro Cultural Espacios y su estructura está basada en un trabajo de investigación de cuatro meses en el que ocho titiriteros profesionales, egresados de la Universidad de San Martín o de la Escuela de Titiriteros del Teatro San Martín, todos del conurbano bonaerense, indagaron sobre los puntos en común entre el proceso creativo del artista y el proceso de recuperación de la salud de niños en estado de internación prolongada.
En el cuarto piso del Hospital “Eva Perón” de San Martín esperaba el grupo de tití teros: entusiasmo, simpatía y deseos de dar felicidad. En una habitación (dedicada a los médicos), se fueron transformando en personajes de ficción: zapatones, narices, sacos holgados, polleras de tul, sombreros estrafalarios, todo lo necesario como para generar el primer contraste en el recorrido de presentación donde los ojitos de los enfermos y de sus acompañantes aprisionarían la fantasía inicial. En círculo y tomándose apretadamente de las manos pude participar del rito que precede a toda presentación de los titiribióticos (maravillosa experiencia personal). Luego, la jornada artística en grupo, los jóvenes recorrieron las habitaciones de la sala de pediatría mostrando lo que son y contando lo que deseaban hacer.
En un segundo paso los titiriteros se separaron, de allí en más la actividad fue individual o de a dos y en cada habitación se desarrolló una pequeña historia con comienzo, nudo y fin: la del terrible dragón que llega al pueblo y se enfrentaba con un niño que lejos de temerle le pedía que lo ayudara a rescatar a la princesa. Historia de final feliz al que el titiritero (simpatiquísimo peruano él) daba vida con un excelente manejo de los muñecos y tonos de voz. Su público estaba compuesto por dos enfermos: un niño de doce años, otro de cinco y la mamá de uno de ellos, los tres disfrutaron enormemente. En otra sala, el personaje era un pequeño muñequito de papel que hacía música, percusión… al ratito de comenzar, de los tres espectadores, el de gesto huraño tomó uno de los pequeños envases que como por casualidad había dejado a mano el titiritero y comenzó a hacer música golpeando la cajita con su dedito, se organizó así un entretenido contrapunto que terminó con risas (alguna muy suave pero que por un instante logró iluminar una carita). En el otro extremo de la habitación, dos titiriteros armaban una historia donde todos participaban alentando y sugiriendo a la maga como corregir sus errores para que la experiencia se resolviera con felicidad y la alegría del niño cuando por su soplido salió un conejo de la galera. En otra habitación se desarrollaba la historia de Clara que a medida que salía de la caja comenzaba a caminar por un largo camino de venda que sostenía un pequeño espectador, bailaba sobre ella y volvía para encontrarse con el pájaro jeringa y subirse sobre él con deseos de volar, aunque no contaba con que el pájaro la desviaría hasta dejarla en la nube de algodón Pero Clara regresaba contenta alentada por los chicos (aquí la platea tenía cuatro niños y sus acompañantes) porque mirando desde el aire descubrió los colores en la tierra y que el color de la noche era el color de los sueños. A partir de ese momento Clarita pinta, y dicen… que cuando Clarita pinta descubre un nuevo color. La titiritera enseñó a los pequeños espectadores cómo hacer una pequeña muñequita igualita a Clara. Yo también salí feliz con mi original creación. En otro espacio se organizaba la historia de un circo en miniatura: bailarina en la cuerda floja, los hermanos Karamazov en el trapecio y en la rueda mágica y finalmente el hombre de los zancos. .
El piso cambió su ritmo, los rostros de los adultos se distendieron, la sonrisa acompañaba los saludos, el encuentro con los titiribióticos desacralizaba el entorno, los artistas podían acceder a los niños vestidos así y haciendo eso, entretener y divertir, suavemente, sin estridencias, respetando, compartiendo la tristeza y la esperanza, precisamente para que la tristeza fuera menos triste y la esperanza más intensa. La tarea no es fácil, no es sólo cuestión de oficio, exige una gran templanza y un apostar a la vida aunque sepamos que roza con la muerte. Los Titiribióticos lo hacen muy bien y agregan el plus de calidad humana cuando conversan con las madres y padres que están esperando los informes de terapia intensiva.
En todos los casos el pequeño escenario se apoyaba en un taburete alto o en el mismo changuito en el que los artistas trasladaban sus cosas, todo prolijamente decorado, impecable en sus detalles. Y por supuesto, los elementos que se utilizaban eran los de uso hospitalario: jeringas, algodón, tubitos, vendas, blisteres. Los chicos pudieron ubicar estos elementos en otro escenario, cumpliendo otro rol no vinculado con el sufrimiento y eso, de alguna manera, hace que el niño se “amigue” con los objetos naturalmente antipáticos. Historias simples y atrapantes al mismo tiempo, muñecos pequeñitos de papel o títeres de guante, música suave que acompaña agradablemente la historia que se desarrolla, titiriteros que al mismo tiempo son personajes salidos de un cuento maravilloso o payasos o clown. No pude abarcar todo pero lo observado sirvió para presenciar, una vez más, la calidad del trabajo de los hermanos Álvarez, en este caso Omar y de la gente que conforma su equipo. El trabajo tiene un objetivo claro: mirar a la enfermedad. al igual que a la obra de arte: como un camino que se emprende para que tenga una resolución feliz Por supuesto, la esperanza como pilar y en esto están los titiribióticos, en trabajar ese elemento con los niños y su familia.
En el cuarto piso del Hospital “Eva Perón” de San Martín esperaba el grupo de tití teros: entusiasmo, simpatía y deseos de dar felicidad. En una habitación (dedicada a los médicos), se fueron transformando en personajes de ficción: zapatones, narices, sacos holgados, polleras de tul, sombreros estrafalarios, todo lo necesario como para generar el primer contraste en el recorrido de presentación donde los ojitos de los enfermos y de sus acompañantes aprisionarían la fantasía inicial. En círculo y tomándose apretadamente de las manos pude participar del rito que precede a toda presentación de los titiribióticos (maravillosa experiencia personal). Luego, la jornada artística en grupo, los jóvenes recorrieron las habitaciones de la sala de pediatría mostrando lo que son y contando lo que deseaban hacer.
En un segundo paso los titiriteros se separaron, de allí en más la actividad fue individual o de a dos y en cada habitación se desarrolló una pequeña historia con comienzo, nudo y fin: la del terrible dragón que llega al pueblo y se enfrentaba con un niño que lejos de temerle le pedía que lo ayudara a rescatar a la princesa. Historia de final feliz al que el titiritero (simpatiquísimo peruano él) daba vida con un excelente manejo de los muñecos y tonos de voz. Su público estaba compuesto por dos enfermos: un niño de doce años, otro de cinco y la mamá de uno de ellos, los tres disfrutaron enormemente. En otra sala, el personaje era un pequeño muñequito de papel que hacía música, percusión… al ratito de comenzar, de los tres espectadores, el de gesto huraño tomó uno de los pequeños envases que como por casualidad había dejado a mano el titiritero y comenzó a hacer música golpeando la cajita con su dedito, se organizó así un entretenido contrapunto que terminó con risas (alguna muy suave pero que por un instante logró iluminar una carita). En el otro extremo de la habitación, dos titiriteros armaban una historia donde todos participaban alentando y sugiriendo a la maga como corregir sus errores para que la experiencia se resolviera con felicidad y la alegría del niño cuando por su soplido salió un conejo de la galera. En otra habitación se desarrollaba la historia de Clara que a medida que salía de la caja comenzaba a caminar por un largo camino de venda que sostenía un pequeño espectador, bailaba sobre ella y volvía para encontrarse con el pájaro jeringa y subirse sobre él con deseos de volar, aunque no contaba con que el pájaro la desviaría hasta dejarla en la nube de algodón Pero Clara regresaba contenta alentada por los chicos (aquí la platea tenía cuatro niños y sus acompañantes) porque mirando desde el aire descubrió los colores en la tierra y que el color de la noche era el color de los sueños. A partir de ese momento Clarita pinta, y dicen… que cuando Clarita pinta descubre un nuevo color. La titiritera enseñó a los pequeños espectadores cómo hacer una pequeña muñequita igualita a Clara. Yo también salí feliz con mi original creación. En otro espacio se organizaba la historia de un circo en miniatura: bailarina en la cuerda floja, los hermanos Karamazov en el trapecio y en la rueda mágica y finalmente el hombre de los zancos. .
El piso cambió su ritmo, los rostros de los adultos se distendieron, la sonrisa acompañaba los saludos, el encuentro con los titiribióticos desacralizaba el entorno, los artistas podían acceder a los niños vestidos así y haciendo eso, entretener y divertir, suavemente, sin estridencias, respetando, compartiendo la tristeza y la esperanza, precisamente para que la tristeza fuera menos triste y la esperanza más intensa. La tarea no es fácil, no es sólo cuestión de oficio, exige una gran templanza y un apostar a la vida aunque sepamos que roza con la muerte. Los Titiribióticos lo hacen muy bien y agregan el plus de calidad humana cuando conversan con las madres y padres que están esperando los informes de terapia intensiva.
En todos los casos el pequeño escenario se apoyaba en un taburete alto o en el mismo changuito en el que los artistas trasladaban sus cosas, todo prolijamente decorado, impecable en sus detalles. Y por supuesto, los elementos que se utilizaban eran los de uso hospitalario: jeringas, algodón, tubitos, vendas, blisteres. Los chicos pudieron ubicar estos elementos en otro escenario, cumpliendo otro rol no vinculado con el sufrimiento y eso, de alguna manera, hace que el niño se “amigue” con los objetos naturalmente antipáticos. Historias simples y atrapantes al mismo tiempo, muñecos pequeñitos de papel o títeres de guante, música suave que acompaña agradablemente la historia que se desarrolla, titiriteros que al mismo tiempo son personajes salidos de un cuento maravilloso o payasos o clown. No pude abarcar todo pero lo observado sirvió para presenciar, una vez más, la calidad del trabajo de los hermanos Álvarez, en este caso Omar y de la gente que conforma su equipo. El trabajo tiene un objetivo claro: mirar a la enfermedad. al igual que a la obra de arte: como un camino que se emprende para que tenga una resolución feliz Por supuesto, la esperanza como pilar y en esto están los titiribióticos, en trabajar ese elemento con los niños y su familia.
Titiriteros: Gladys Garnica. Gastón Guerra. Eduardo Páez. Antonio Quispe. Claudia Soler. Equipo Coordinador: Omar Álvarez. Yanina Grossi. Roxana Bernaule. Asistente operativo: Silvia Biscione. Asistencia plástica: Claudio Álvarez.
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