jueves, 1 de septiembre de 2011

Tengo un dinosaurio en el ropero


Ya nadie niega, a partir del desarrollo de las ciencias antropológicas y de la psicología, que la imaginación es fundamental para el desarrollo, no sólo emocional, sino también intelectual. No obstante, parecería que los adultos nos obstinamos en dividir tajantemente el mundo racional del mundo de la fantasía. Y esa separación la realizamos a partir de la edad que cada papá y mamá considera conveniente, sin advertir que cada niño es único e irrepetible y los estadios entre una etapa y otra de la vida infantil y adolescente son absolutamente variables y que anclar en el mundo de la imaginación no impide que el niño alcance la madurez intelectual, al contrario, cuando el niño desarrolla un mundo poético e imaginativo rico y flexible, es más fácil que enfrente al mundo de la naturaleza y establezca el significado de su propia experiencia. Esto es lo que tendrá que soportar “la pobre Celeste”, que su mamá (por lo general haciéndose portavoz de la opinión del papá) decida en qué momento tiene que guardar sus muñecos en el ropero porque ya está “grande” para jugar con ellos. La pieza se estructura como un unipersonal, Celeste, ya adulta, cuenta y los espectadores somos los testigos que corporizamos su historia. Al mismo tiempo, dialoga con el músico (presencia viva), que con los sonidos de sus instrumentos da respuesta a los reclamos de la niña y la acompaña en las hermosas canciones que complementan la temática de la narración. El motivo que da lugar al desarrollo de la historia, es la búsqueda de Dino, un dinosaurio que Celeste ama entrañablemente y que hace un largo tiempo ya guardó, definitivamente, en el ropero. Pero, como lo seres humanos no cortamos nunca definitivamente con nuestros afectos, en este día, ante nuestra presencia, Celeste comienza a buscar a Dino y de esa manera aparecen sus otros muñecos: Tita, su muñeca preferida, el pato, el mono, la rana, todos aquellos que fueron sus alumnos cuando jugaba “a la maestra”. El trencito que le regaló la tía Laura y que causó una verdadera explosión en su capacidad imaginativa: las plumas del almohadón fueron la montaña de nieve, el pan rallado la arena, el mar un fuentón con agua y todo mezcladito, las huellas de pisadas que “debían” quedar marcadas en el piso del living para que el camino del tren fuera creíble. Y por supuesto, Dino, que comía, paseaba y dormía con la niña. Lo que papá consideró un exceso de amor por el muñeco se terminó abruptamente y el juguete desapareció. Pero la niña lo buscó y lo encontró y por mucho tiempo los encuentros furtivos con Dino impidieron que su infancia perdiera su relación con el mundo entrañable de la imaginación que la ayudaría en el proceso de convertirse en persona humana. Es decir, las historias con cada juguete conforman la historia total de Celeste, sus muñecos y cómo se posicionan los papás cuando deciden delinear el camino de la infancia y su pasaje hacia la adolescencia. Tati Martínez transita con absoluto profesionalismo cada uno de los personajes que pueblan la historia, da a Celeste el tono justo y pleno de ternura, respetuosamente paródico a la mamá, al papá, a la abuela y a la maestra del juego. Los tics destinados a definir a cada uno de los personajes les da comicidad, simpatía, los hace creíbles, el espectador adulto puede comprenderlos e identificarse sin culpas, y por supuesto, adultos y niños pueden comprender a Celeste cuando dice: “mi mamá no tenía corazón” (los chicos festejan esta expresión). La actriz pone en evidencia un muy buen manejo de cuerpo, ductilidad para la danza y una voz bella y trabajada en cada una de las canciones interpretadas. Muy importante para la concreción general, la música en vivo, particularmente el rol que juega el intérprete: músico y actor. Un aporte muy creativo y que resuelve la presencia e historia de cada personaje, es la proyección en la pared blanca del “ropero” de los miembros de la familia que participan en la historia y de alguna situación fundamental para la misma. Los dibujos bellísimos. Una puesta perfecta en cuanto a todos y a cada de los detalles que la integran. Un espectáculo para todo público, que invita a conversar sin asperezas, con la risa pronta al recordar las reflexiones de Celeste cuando le sacan sus juguetes y al vincularlas con expresiones parecidas que se suscitan o suscitaron entre los pequeños y los adultos de nuestras familias.


Tengo un dinosaurio en el ropero de María Inés Falconi. Teatro: UPB – Sala Carlos Parrilla. Campo Salles 2145. T.E. 4701-3101 Actriz: Tati Martínez. Músico: Ricardo Scalise. Realización de Vestuario: Gladys David. Realización de Escenografía: Claudio Provenzano. Asistente Técnico: Miguel Coronel. Dibujos: Yanina Foco. Diseño de Vestuario y Muñecos: Lucía de Urquiza. Diseño de Escenografía: GTBA. Música: Ricardo Scalise. Asistente de Dirección: Pablo Mayor. Puesta en Escena y Dirección General: Carlos de Urquiza.





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