Ya nadie niega, a partir del desarrollo de las ciencias antropológicas y
de la psicología, que la imaginación es fundamental para el desarrollo,
no sólo emocional, sino también intelectual. No obstante, parecería que
los adultos nos obstinamos en dividir tajantemente el mundo racional
del mundo de la fantasía. Y esa separación la realizamos a partir de la
edad que cada papá y mamá considera conveniente, sin advertir que cada
niño es único e irrepetible y los estadios entre una etapa y otra de la
vida infantil y adolescente son absolutamente variables y que anclar en
el mundo de la imaginación no impide que el niño alcance la madurez
intelectual, al contrario, cuando el niño desarrolla un mundo poético e
imaginativo rico y flexible, es más fácil que enfrente al mundo de la
naturaleza y establezca el significado de su propia experiencia. Esto es
lo que tendrá que soportar “la pobre Celeste”, que su mamá (por lo
general haciéndose portavoz de la opinión del papá) decida en qué
momento tiene que guardar sus muñecos en el ropero porque ya está
“grande” para jugar con ellos.
La pieza se estructura como un unipersonal, Celeste, ya adulta, cuenta y
los espectadores somos los testigos que corporizamos su historia. Al
mismo tiempo, dialoga con el músico (presencia viva), que con los
sonidos de sus instrumentos da respuesta a los reclamos de la niña y la
acompaña en las hermosas canciones que complementan la temática de la
narración. El motivo que da lugar al desarrollo de la historia, es la
búsqueda de Dino, un dinosaurio que Celeste ama entrañablemente y que
hace un largo tiempo ya guardó, definitivamente, en el ropero. Pero,
como lo seres humanos no cortamos nunca definitivamente con nuestros
afectos, en este día, ante nuestra presencia, Celeste comienza a buscar a
Dino y de esa manera aparecen sus otros muñecos: Tita, su muñeca
preferida, el pato, el mono, la rana, todos aquellos que fueron sus
alumnos cuando jugaba “a la maestra”. El trencito que le regaló la tía
Laura y que causó una verdadera explosión en su capacidad imaginativa:
las plumas del almohadón fueron la montaña de nieve, el pan rallado la
arena, el mar un fuentón con agua y todo mezcladito, las huellas de
pisadas que “debían” quedar marcadas en el piso del living para que el
camino del tren fuera creíble. Y por supuesto, Dino, que comía, paseaba
y dormía con la niña. Lo que papá consideró un exceso de amor por el
muñeco se terminó abruptamente y el juguete desapareció. Pero la niña lo
buscó y lo encontró y por mucho tiempo los encuentros furtivos con Dino
impidieron que su infancia perdiera su relación con el mundo
entrañable de la imaginación que la ayudaría en el proceso de
convertirse en persona humana. Es decir, las historias con cada juguete
conforman la historia total de Celeste, sus muñecos y cómo se posicionan
los papás cuando deciden delinear el camino de la infancia y su pasaje
hacia la adolescencia.
Tati Martínez transita con absoluto profesionalismo cada uno de los
personajes que pueblan la historia, da a Celeste el tono justo y pleno
de ternura, respetuosamente paródico a la mamá, al papá, a la abuela y a
la maestra del juego. Los tics destinados a definir a cada uno de los
personajes les da comicidad, simpatía, los hace creíbles, el espectador
adulto puede comprenderlos e identificarse sin culpas, y por supuesto,
adultos y niños pueden comprender a Celeste cuando dice: “mi mamá no
tenía corazón” (los chicos festejan esta expresión). La actriz pone en
evidencia un muy buen manejo de cuerpo, ductilidad para la danza y una
voz bella y trabajada en cada una de las canciones interpretadas. Muy
importante para la concreción general, la música en vivo,
particularmente el rol que juega el intérprete: músico y actor. Un
aporte muy creativo y que resuelve la presencia e historia de cada
personaje, es la proyección en la pared blanca del “ropero” de los
miembros de la familia que participan en la historia y de alguna
situación fundamental para la misma. Los dibujos bellísimos.
Una puesta perfecta en cuanto a todos y a cada de los detalles que la
integran. Un espectáculo para todo público, que invita a conversar sin
asperezas, con la risa pronta al recordar las reflexiones de Celeste
cuando le sacan sus juguetes y al vincularlas con expresiones parecidas
que se suscitan o suscitaron entre los pequeños y los adultos de
nuestras familias.
Tengo un dinosaurio en el ropero de María Inés Falconi.
Teatro: UPB – Sala Carlos Parrilla. Campo Salles 2145. T.E. 4701-3101
Actriz: Tati Martínez. Músico: Ricardo Scalise. Realización de
Vestuario: Gladys David. Realización de Escenografía: Claudio
Provenzano. Asistente Técnico: Miguel Coronel. Dibujos: Yanina Foco.
Diseño de Vestuario y Muñecos: Lucía de Urquiza. Diseño de Escenografía:
GTBA. Música: Ricardo Scalise. Asistente de Dirección: Pablo Mayor.
Puesta en Escena y Dirección General: Carlos de Urquiza.
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