miércoles, 21 de septiembre de 2011

Tutú Marambá, cumple diez años

Atendiendo aquel lema que lanzaran las disqueras norteamericanas a fines de la década del ’90: “Rock n’ roll will never die” y al nicho genérico de “rock en español” que abarca los estilos más variados, desde el rock clásico al rock tropical, injertado de salsa, merengue y otros ritmos, que les ha sido tan productivo, debemos admitir que el rock sigue teniendo plena vigencia. En nuestro país, productores y arreglistas, con diferentes tipos de maridaje, logran excelentes realizaciones. También aquellos músicos que dedican su obra al mundo de los niños tienen muy buena llegada con este género. Tal es el caso de Tutu Marambá, grupo que cumple diez años de trayectoria. El espectáculo presentado en el Empire tiene la particularidad de ser un recital a “pura música”. Qué quiero decir con esto, que no posee una historia que va hilvanando las interpretaciones, las canciones tienen una mínima contextualización que aporta Rafael Andrada, cantante y líder del grupo. La estructura del espectáculo focaliza la atención del espectador en la música, así desfila la adaptación de canciones populares y de otras creadas por el grupo. Y en esa mezcla con rock tenemos, entre otros, ritmo de samba, tarantela, boogie boogie. El encuentro es un verdadero regocijo. La gente de Tutu, interactúa constantemente con el público, invita a cantar, a corear y en algunos instantes a que los chicos salgan al pasillo a bailar. Excelentes músicos, logran una perfecta armonización. Los ojitos de los chicos quedan prendidos de los “solos” que realizan los intérpretes de guitarra eléctrica, bajo y batería, a los que luego aplauden con gran entusiasmo. Los chicos participan y los padres también. Si bien las letras resultan atractivas sólo para los más pequeños, la música es para toda edad. Dos adolescentes (once y trece años) a quienes pregunté que les había parecido el espectáculo me contestaron que la música estaba re buena y luego, entre ellos, siguieron comentando las virtudes observadas en el guitarrista y en el baterista. Un detalle para corregir: la letra de las canciones no se entendía con claridad, necesité del CD para poder completar los textos. Además de la calidad musical, la gran simpatía, gracia y plasticidad en los movimientos con que los intérpretes acompañan el ritmo, son elementos fundamentales que complementan el gran histrionismo de Rafael Andrada. Muy buena la iluminación y el vestuario, que luce colorido, armónico y discreto. Un verdadero placer escuchar y ver a Tutu Marambá. Feliz cumpleaños para el grupo, y como dice la canción popularizada por aquellos queridos payasos: “… y que cumplan muchos más.”






Tutu 10 años. Teatro Empire. Hipólito Yrigoyen 1934. T.E. 5411-4953 / 8254. Próxima actuación: 24 de octubre.
Intérpretes: Ignacio Luis López -guitarrista- Luis Nesvara -batería y efectos vocales- Alejo Distéfano -bajo y voz- Federico Duca –guitarra y coros- Rafael Andrada –voz- Sonido: Roberto Zunzunegui. Iluminación: Boris Peñoñori. Vestuario: Sabrina herbás. Foto: Andrea Saslavsky. Diseño: Angi Grillo. Asesoramiento y dirección de escena: Héctor Alvarellos.


























jueves, 1 de septiembre de 2011

Tengo un dinosaurio en el ropero


Ya nadie niega, a partir del desarrollo de las ciencias antropológicas y de la psicología, que la imaginación es fundamental para el desarrollo, no sólo emocional, sino también intelectual. No obstante, parecería que los adultos nos obstinamos en dividir tajantemente el mundo racional del mundo de la fantasía. Y esa separación la realizamos a partir de la edad que cada papá y mamá considera conveniente, sin advertir que cada niño es único e irrepetible y los estadios entre una etapa y otra de la vida infantil y adolescente son absolutamente variables y que anclar en el mundo de la imaginación no impide que el niño alcance la madurez intelectual, al contrario, cuando el niño desarrolla un mundo poético e imaginativo rico y flexible, es más fácil que enfrente al mundo de la naturaleza y establezca el significado de su propia experiencia. Esto es lo que tendrá que soportar “la pobre Celeste”, que su mamá (por lo general haciéndose portavoz de la opinión del papá) decida en qué momento tiene que guardar sus muñecos en el ropero porque ya está “grande” para jugar con ellos. La pieza se estructura como un unipersonal, Celeste, ya adulta, cuenta y los espectadores somos los testigos que corporizamos su historia. Al mismo tiempo, dialoga con el músico (presencia viva), que con los sonidos de sus instrumentos da respuesta a los reclamos de la niña y la acompaña en las hermosas canciones que complementan la temática de la narración. El motivo que da lugar al desarrollo de la historia, es la búsqueda de Dino, un dinosaurio que Celeste ama entrañablemente y que hace un largo tiempo ya guardó, definitivamente, en el ropero. Pero, como lo seres humanos no cortamos nunca definitivamente con nuestros afectos, en este día, ante nuestra presencia, Celeste comienza a buscar a Dino y de esa manera aparecen sus otros muñecos: Tita, su muñeca preferida, el pato, el mono, la rana, todos aquellos que fueron sus alumnos cuando jugaba “a la maestra”. El trencito que le regaló la tía Laura y que causó una verdadera explosión en su capacidad imaginativa: las plumas del almohadón fueron la montaña de nieve, el pan rallado la arena, el mar un fuentón con agua y todo mezcladito, las huellas de pisadas que “debían” quedar marcadas en el piso del living para que el camino del tren fuera creíble. Y por supuesto, Dino, que comía, paseaba y dormía con la niña. Lo que papá consideró un exceso de amor por el muñeco se terminó abruptamente y el juguete desapareció. Pero la niña lo buscó y lo encontró y por mucho tiempo los encuentros furtivos con Dino impidieron que su infancia perdiera su relación con el mundo entrañable de la imaginación que la ayudaría en el proceso de convertirse en persona humana. Es decir, las historias con cada juguete conforman la historia total de Celeste, sus muñecos y cómo se posicionan los papás cuando deciden delinear el camino de la infancia y su pasaje hacia la adolescencia. Tati Martínez transita con absoluto profesionalismo cada uno de los personajes que pueblan la historia, da a Celeste el tono justo y pleno de ternura, respetuosamente paródico a la mamá, al papá, a la abuela y a la maestra del juego. Los tics destinados a definir a cada uno de los personajes les da comicidad, simpatía, los hace creíbles, el espectador adulto puede comprenderlos e identificarse sin culpas, y por supuesto, adultos y niños pueden comprender a Celeste cuando dice: “mi mamá no tenía corazón” (los chicos festejan esta expresión). La actriz pone en evidencia un muy buen manejo de cuerpo, ductilidad para la danza y una voz bella y trabajada en cada una de las canciones interpretadas. Muy importante para la concreción general, la música en vivo, particularmente el rol que juega el intérprete: músico y actor. Un aporte muy creativo y que resuelve la presencia e historia de cada personaje, es la proyección en la pared blanca del “ropero” de los miembros de la familia que participan en la historia y de alguna situación fundamental para la misma. Los dibujos bellísimos. Una puesta perfecta en cuanto a todos y a cada de los detalles que la integran. Un espectáculo para todo público, que invita a conversar sin asperezas, con la risa pronta al recordar las reflexiones de Celeste cuando le sacan sus juguetes y al vincularlas con expresiones parecidas que se suscitan o suscitaron entre los pequeños y los adultos de nuestras familias.


Tengo un dinosaurio en el ropero de María Inés Falconi. Teatro: UPB – Sala Carlos Parrilla. Campo Salles 2145. T.E. 4701-3101 Actriz: Tati Martínez. Músico: Ricardo Scalise. Realización de Vestuario: Gladys David. Realización de Escenografía: Claudio Provenzano. Asistente Técnico: Miguel Coronel. Dibujos: Yanina Foco. Diseño de Vestuario y Muñecos: Lucía de Urquiza. Diseño de Escenografía: GTBA. Música: Ricardo Scalise. Asistente de Dirección: Pablo Mayor. Puesta en Escena y Dirección General: Carlos de Urquiza.